La petite danseuse de quatorze ans
En una sala amplia y bien iluminada, sobre un pedestal de madera, permanece inmóvil la “petite danseuse de quatorce ans”. Con el gesto desafiante y orgulloso de las bailarinas; la barbilla elevada, los párpados caidos. El pecho adolescente y liso, hacia delante, los hombros retrasados, los delgados brazos detrás del torso, las manos al final de la espalda con los dedos entrelazados. El pelo recogido en una coleta suelta, atado con un lazo de seda beige.
Reposa eternamente en esa postura desafiante, muy estirada, la pierna derecha adelantada mientras la izquierda soporta el peso de su pequeño cuerpo. Vestida con un corpiño de seda abotonado y un tutú de tul, esperando quizá la aprobación de su maestro. Ajena a todo lo que le rodea, ajena incluso a su propia vida. Solo vive ese momento.
Marie Geneviéve van Goethem, prestó su cuerpo para que Degas lo inmortalizara cuando apenas tenía catorce años. Segunda hija de un matrimonio belga emigrado a París, nace en la capital francesa; su hermana mayor Antoinette había nacido en Bélgica, después nacería su hermana pequeña Charlotte.
La muerte de su padre hace que su madre trabaje como lavandera y prostituta, logra introducir a sus tres hijas en la escuela de baile de la Ópera, esperando que tengan una vida mejor que las que les esperaba en las calles. Cuando entran a formar parte del cuerpo de baile, primero Antoinette y después Marie conocen a Degas, quien obsesionado por el mundo que rodea al ballet, les ofrece ser modelos. Vivían cerca del pintor, lo que favorecía el acceso a su estudio donde les pagaba entre 10 y 16 francos por sesión. Antoinette deja la Ópera y se dedica a la prostitución y al robo junto a su madre y ambas acaban en la cárcel. Marie y Charlotte se quedan solas. Marie se deja llevar por los oscuros vericuetos de la prostitución encubierta que había en aquellos años en la Ópera de Paris a la que llamaban “El mayor prostíbulo de Francia”.
Cada vez faltaba a más ensayos, frecuentaba los bares y salones de peor reputación de Paris hasta que la despidieron del cuerpo de baile, a partir de ese momento se le pierde la pista. Alguien cuenta que la vio, cuando tenía diecisiete años, en el famoso cabaret “Le Chat Noir”, borracha y enferma de sífilis. Charlotte, su hermana pequeña, sin embargo, sigue en la Ópera y llega a ser segunda bailarina junto a la famosísima Carlotta Zambelli.
Una vida dura que retrata Degas en el rostro de Marie, las manos del maestro modelaron en cera la pequeña estatua, la pintó de color, le puso pelo natural y la vistió con ropa de seda y tul. Fue la única escultura que el pintor exhibió en público. La crítica la denostó, el realismo de la expresión de Marie, que tan bien había captado el maestro, ofendió a los entendidos. La tacharon de aborto. Después de aquello Degas la llevó a su estudio y nunca más la expuso. La llamaba “su niña”. A la muerte del pintor su familia hizo que se fundiera en bronce unas pocas unidades que hoy son las que están expuestas en algunos de los más grandes museos del mundo.
Después de tantos años, esa niña en cuyo rostro se siente la presencia de una vida ingrata, nos sigue recibiendo con la frente bien alta, desafiante y orgullosa, para que los simples mortales nos sigamos emocionando al contemplarla.