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Nunca cesará tu rayo


Un día como hoy, un treinta de octubre de mil novecientos diez, nació en Orihuela un hombre que estaba destinado a derramar su alma en palabras.

Hoy puede ser un buen día para rescatar esto que escribí hace trece años como homenaje a ese poeta muerto en una de las cárceles donde quisieron acallar su voz. Lo consiguieron, lo que no pudieron conseguir fue borrar sus palabras que hoy son tan válidas como cuando las escribió.




Nunca cesará tu rayo

“Adiós hermanos, camaradas y amigos,despedidme del sol y de los trigos”

Miguel Hernández.


Muy pocos eran los que sabían leer y escribir en aquellos años, cuando el hambre oprimía el alma, la cabeza solo se ocupaba de distraerla y a ser posible de engañarla, pero Miguel sacaba tiempo para todo, para distraer el hambre y para esforzarse en aprender a leer. Cada día llegaba con una letra nueva que aprendía en la escuela, que si la t con la a hace “ta”, que si la m con la o hace “mo” y así fue aprendiendo a leer, a la gente que sabía, le preguntaba las letras y uniendo unas con otras fue resolviendo el rompecabezas de las palabras.

Mientras jugaban a la orilla del río, cogiendo ranas o tirando piedras al agua, él dibujaba en la arena, con un palo, las letras que su memoria había copiado de la pizarra, así, con ese empeño aprendió a leer y a escribir y su ansia fue la de devorar todos los libros que caían en sus manos, los que le prestaban sus amigos y que leía mientras trabajaba en el campo con el ganado. Con el paso de los años cogió la costumbre de llevar al papel todo lo que se le ocurría, eran sobre todo poemas, escritos en ratos de descanso, cuando se le serenaba el alma y en su cabeza nacían las más bellas palabras que con tanto esfuerzo había aprendido a construir.

Un día le vieron salir de su casa camino de Madrid, cuando volvió era ya un poeta consumado, traía la sonrisa y la paz interior del que ha vivido rodeado de sabiduría, pero la sonrisa se le borró cuando apareció la negra sombra del fascismo.

Atormentado por el sufrimiento de los hombres se fue a guerrear contra la bestia, en su pueblo dejó a su mujer con un hijo muerto en el corazón y otro vivo en las entrañas, llevaba su pluma como arma y las cartucheras cargadas de palabras.

Se les encogió el corazón cuando se enteraron que le habían detenido y condenado a muerte, respiraron con esperanza cuando les dijeron que le habían conmutado la pena de muerte por treinta años de cárcel, sus libros fueron prohibidos, sus poemas fueron declarados malditos, entonces, acudían a su casa para que su mujer les leyera las cartas que le escribía desde la prisión y los versos mas bellos se deslizaban entre los labios de Josefina. Dos años después se les partió el corazón cuando les dijeron que había muerto de tuberculosis en el penal de Alicante, ellos le mataron, mataron su cuerpo pero les quedó su palabra, su obra, su poesía dibujada en las arenas del tiempo.







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