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Los habitantes del silencio


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He vuelto a entrar en la casa de Oran y he vuelto a sentir la soledad que como una losa me cae encima, cuánto me pesa esa tristeza que se aloja en mi garganta y cuánto me cuesta respirar el silencio que se instala entre estas paredes tristes. Solo los cuadros que ella pintó me saludan, me imagino que alegres de tener unos ojos que los miren, al fin y al cabo para eso fueron creados, para mirarlos, o mejor, para admirarlos.


La anciana, cubierta con el chador, sigue en ese rincón de paredes azulejadas, bebiendo el agua fresca de ese pozo de adobe al que le faltan los trozos que el tiempo se ha llevado.


Los niños, que empapados de sol siguen jugando en una playa de Punta Umbría, al lado de una barca triste, que varada en la arena tibia parece añorar tiempos mejores, cuando el agua golpeaba sus maderos y levantaba al aire rizos de espuma blanca.


O esa maceta de flores que nunca se marchitan, flanqueando el paso de una escalera que sube hacia una eterna primavera de colores cálidos.


Estos son ahora los habitantes de la casa mientras está vacía, cuando estoy, son mis compañeros y los testigos de mi silencio.


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