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Un lugar de paz

A lo largo de la vida se conocen a muchas personas y se conocen muchos lugares, cada cual con su identidad, las personas y los lugares, pero todos tienen un sitio en el recuerdo, hoy voy a hablar de un sitio al que estuve ligado algunos años de mi vida, no fueron años mejores ni peores que los que ya había vivido o los de después hube de vivir, fueron años en los que la juventud y la pasión por la vida me hacían disfrutar y esas son las cosas que al final quedan en la memoria.

Es un pueblo muy pequeño, tan pequeño que ni tan siquiera es pueblo, es pedanía de un ayuntamiento que cuenta con cinco pueblos dentro de su municipio, algunos tan próximos que solo un puente sobre el río lo separa.

Si a la serenidad hubiera que darle nombre se le podía llamar Barrientos, y el apellido “de la Vega”, porque sus fértiles campos forman la vega del río Tuerto. Es difícil imaginar un sitio donde el tiempo no lo marcan las agujas de un reloj, sino las sombras de los chopos, que van alargándose con la cadencia que le marca el camino del sol en el cielo.

Allí tuve la suerte de pasar muchos veranos en paz, con el sueño arrullado por el coro de los grillos y el despertar anunciado por el canto de los pájaros; son difíciles de olvidar las tardes de lectura a la sombra del manzano del huerto de atrás, teniendo como música de fondo el murmullo de las hojas de los negrillos, acunadas por el aire limpio que baja desde el Teleno para acariciar los campos y mecer el trigo rubio de agosto.

Lugar de gentes recias, con la piel marcada por el sol y el aire de la tierra donde León se amansa y se desbrava de la violenta belleza de las cumbres, para apaciguar su furia y buscar el descanso. Gente amable pero guardianes de lo suyo; orgullosos de su tierra y su trabajo. Buena gente de la España, a veces olvidada, que trabaja con la quilla doblada sobre la tierra y que pasan sus días entre la siega y la siembra, mirando al ese cielo azul, intentando adivinar el futuro incierto.

Es difícil describir lo que sentía al pasear por sus campos, o al mirar la vega y el pueblo al atardecer, sentado en el borde las Torcas de tierra arcillosa, tierra arañada por el agua de siglos derramada desde el cielo.

Esos recuerdos, agradecidos, siempre han acudido a mí cuando los he necesitado, siempre asociados a la paz y el descanso, a la felicidad de un tiempo de mi vida vivido en toda su dimensión.


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