Argelia y los amigos
- Gonzalo Arjona
- 20 may 2017
- 2 Min. de lectura
De nuevo en tierras argelinas, llegué ayer, cansado de un viaje largo que por necesidad tengo que hacer en barco. De nuevo en esta tierra que me agota, porque me agota estar lejos de los míos, y solo, en esta casa grande y vacía.
La llegada, amable como siempre, pero pesada, tambien, como siempre; horas en la aduana de un puerto demasiado pequeño para gestionar un barco grande y a todos su pasajeros; pasa el tiempo interminable entre la burocracia de un país que intenta modernizarse, pero que es incapaz de salir de la década de los setenta. Un país donde la inoperatividad, motivada por la falta de preparación, de medios y agravada por la falta interés de la gente, lo ralentiza todo hasta límites insospechados.
Estas circunstancias hacen que para un europeo vivir en Argelia sea difícil, las ciudades no aportan nada interesante, el ocio es prácticamente inexistente y es muy difícil hacer amigos entre los oriundos del país, el escalón entre culturas y forma de pensar es tan grande, que hace que sea inalcanzable una relación amistosa que avance más allá de lo estrictamente vecinal, de lo comercial o de una relación correcta en el trabajo.
El argelino, como árabe, es amable y hospitalario, pero como argelino es egoista e interesado, circunstancias que no favorecen en absoluto una relación de amistad.
Es por eso que los españoles nos buscamos, intentando tener un trocito de nosotros cerca; intentando encontrar una isla donde atracar nuestro barco y donde sentirnos en familia.
En Oran tenemos esa isla en la que esperamos atracar cada jueves, en busca de ese rato de compartir lo nuestro con los nuestros; ayer atracamos, aunque no era jueves, con la misión de despedir a unos amigos, que una vez terminada su misión en este país, se marchan de él.
Triste fué el motivo, aunque no lo fuera la cena; fué al final, cuando ya nos habíamos reido lo suficiente de cualquier cosa, cuando sacaron los regalos para cada uno de los que se marchan, en ese momento fluyeron las lágrimas como prueba de que duele separarse de la gente que nos ha sido querida; cuando has compartido algo más que tiempo y risas, cuando has pasado malos momentos que han sido menos malos en compañía y cuando has disfrutado de alguien que te ha abierto su corazón para te encuentres confortable, la despedida duele.
Se van amigos y llegarán otros, compartiremos las mismas cosas, o quizás otras nuevas, pero cada uno de los que despedimos ayer, se lleva un trocito de cada uno de nosotros hilvanado a su corazón.
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