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Eso que nos une.

Hoy, en un arranque de nostalgia he cogido el teléfono para llamar a mi familia; estúpida vida ésta, la de las prisas, el trabajo y las obligaciones, las que tenemos y las que nos echamos encima sin querer y que nos convierte en mulas con orejeras que solo nos dejan mirar hacia delante, descuidando así a lo que tenemos a nuestro lado y que vamos dejando atrás inexorablemente hasta que los olvidamos.

Hay cosas que no podemos dejar atrás y entre ellas está la familia, ese vínculo que nos une al pasado y que llevamos atado a nuestro ser formando parte de nosotros, porque nosotros somos a su vez parte de ella

La familia es un cuerpo indivisible unido por unos lazos casi mágicos que mantiene a cada uno de sus miembros donde debe estar, cada uno tiene su sitio y no pude renunciar a él, a veces esos lazos son elásticos, se estiran debido a la distancia, pero nunca llegan a romperse, tiran de cada uno de nosotros hacia donde están los demás recordándonos que no somos una unidad independiente y solitaria sino que pertenecemos a un único cuerpo.

La distancia es el enemigo más cruel que tenemos y a pesar de que hoy podemos hacer una video-conferencia con el otro lado del mundo y ver a nuestro interlocutor como si lo tuviéramos delante, nada se puede comparar con el abrazo de dos cuerpos que llevan mucho tiempo sin verse y que se añoran, porque ese abrazo, ese contacto íntimo e inigualable es el que nos certifica que esa persona a la que has echado de menos está ahí, en ese momento mágico y eso nos demuestra que por mucho tiempo que pase, por mucho que se haya estirado el lazo elástico, ese lazo no se ha roto.

Hoy he hablado con mi tía, tiene ochenta y ocho años y vive en Huelva, después de disfrutar con ella un buen rato, porque a mi tía Primi le gusta mucho hablar y a mí me gusta mucho más escucharla, cuando he colgado el teléfono, he echado de menos abrazarla, ese abrazo cálido que nos dice que el amor es verdadero, el amor no se puede disimular cuando se abraza porque cuando se abraza hay que soltarlo todo para abarcar al otro.

Después he llamado a otra de mis tías, mi tía Chelo que vive en Tenerife, esa mujer a la que la vida y la distancia hicieron fuerte y a la que no veía ni hablaba con ella desde hace casi diez años, quizás me falten aquí las palabras para definir lo que he sentido al oír su voz de nuevo, otro momento mágico que he vivido mientras le contaba como eran mis nietos y otra añoranza que he sentido de no poder abrazarla.

Me ha faltado otra, pero a mi tía Isabel tendré que ir a verla a Badajoz porque ya no vive en su casa, algún día iré a abrazarla.

Es ahora, cuando he llegado al otoño del año de mi vida, cuando más siento la necesidad de estrechar los lazos que me han mantenido separado de los míos, hoy que ya no me urge la vida, que ya no tengo prisa, quisiera estirar los lazos y atraerlas hacia mí para poder sentir la verdad de sus abrazos.

Las otras, las que faltan; Guille, a la que nos arrebataron en la flor de la vida; Juana, la mayor, que se fue sin hacer ruido y María, que se había ido hacía años y se había dejado olvidado su cuerpo hasta que el año pasado volvió para llevárselo para siempre, todas ellas están con mi padre, su único hermano; a ellas ya no las puedo abrazar, pero no por ello las he olvidado; no tengo más que abrir un poco un cajón de esos que tengo dentro de mí, para verlas.

Porque aunque la vieja dama negra haya roto los lazos mágicos, existe otro lazo que no puede romper, el del recuerdo, ese es mío y de nadie más.

Por eso escribo estas cosas, estos reflejos, para que queden ahí, para que el que los lea sepa que hemos pasado por este mundo y hemos reído, hemos llorado, hemos amado y hemos recordado; en definitiva, hemos vivido.


Para mis amadas tías Juana, Primi, María, Isabel, Guille y Chelo.

Os quiero.



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