Un clavel para Gloria
Este año se celebra el centenario del nacimiento de Gloria Fuertes, una mujer incomprendida y arrinconada por aquellos que no quisieron otorgarle el puesto que le correspondía en la literatura española y que la encasillaron en el nicho de los cuentos infantiles cuando su obra iba mucho más allá. Poetisa incansable de verso naif su primer juguete, como ella decía, fue una máquina de escribir que no dejó de aporrear como una metralleta hasta su muerte a los 81 años en su casa, sola, como ella escribió: "Todos los míos han muerto hace años y estoy más sola que yo misma". Los que crecimos con su poesía la recordamos como una mujer grande de voz ronca y sonrisa triste, una mujer que nunca renunció a su origen humilde y que fue castigada con la incomprensión por ser mujer, lesbiana y poetisa. Es nuestro deber devolverle el honor que se le negó en su casa y que fuera de España se le reconoce.
Corría el año 2000 cuando escribí este pequeño relato, le puse por título "Un clavel para Gloria" y no es un relato de ficción, es real lo que aquí contaba en su momento y que hoy desempolvo como homenaje a esta gran mujer.
Acompañaba a mi madre a visitar la tumba de mi padre, es algo que hay que hacer cada cierto tiempo, mi madre quiere visitar de vez en cuando el lugar donde descansa el amor de su vida, le pone unas flores con gesto amoroso mientras le habla, luego se queda allí, sentada en un banco frente a su nicho durante un rato conversando con él, yo por durante ese tiempo los dejo solos, mis padres siguen teniendo para mí el derecho a la intimidad que no quiero turbar, me dedico a pasear por el cementerio, me pone muy triste recordar el momento de la muerte del hombre que aparte de mi padre fue mi mejor amigo.
Paseando por las desiertas calles del cementerio Sur de Madrid, entre los nichos perfectamente ordenados en calles marcadas con las letras del alfabeto, me entretenía mirando las pequeñas lápidas de granito y leyendo las inscripciones con los nombres, fechas de nacimiento y muerte, imágenes, flores y todo lo que rodea a nuestro rito funerario cuando la vista se detuvo en un nicho de la fila inferior, la que está a la altura del suelo, me llamó la atención porque no tenía ningún adorno ni elegantes letras de bronce, me acerqué, efectivamente no tenía ningún ornamento, cinco flores de plástico estaban fijadas a la losa de granito con un trozo ancho de papel adhesivo, del que se usa para sellar las cajas de cartón, nunca me han gustado las flores de plástico y mucho menos en una tumba, creo que es el “no te olvido” olvidado. En una cuartilla metida dentro de una bolsa de plástico, también pegada a la losa con cinta adhesiva, había un nombre escrito a mano, Gloria Fuertes.
Me quedé tan frío como la piedra que estaba mirando, sentí una mezcla de indignación, angustia y tristeza, no era posible, estaba delante del nicho que contenían los restos de Gloria Fuertes, esa niña grande y maravillosa, que dedicó su vida a alegrar la nuestra, esa amiga de todos, inolvidable y al final olvidada; un nudo trabó mi garganta, me preguntaba que motivo había para que esa tumba estuviese así y me dije que quizá Gloria no quería otra cosa, quizá no quería adornos, ni letras de bronce, ni tan siquiera esas flores de plástico que alguien había puesto allí quién sabe por que razón.
En ese instante me vinieron a la memoria unos versos de Gloria.
Después de esta vida, después...pasará eso...
Los ratones del barrio pobre
irán a un cielo de queso.
Los conejos que han sido buenos
irán a un cielo de zanahorias.
Los burros delgaditos que han sido buenos
irán a un cielo de paja.
Los golosos que han sido buenos
irán a un cielo de caramelo.
Los niños que han sido buenos
no irán a ningún sitio...
¡¡Porque no se van a morir!!
Y es que Gloria no se ha muerto, Gloria vive porque viven su hijos, el conejo Alejo, la vaca Paca, el pato Renato, porque vivimos nosotros, los que la recordamos, por eso lo que tenemos que hacer es recordarla con mucha fuerza y hacer que nuestros hijos la recuerden.
Volví a la calle “J”, donde mi madre sentada en el banco de madera se despedía de mi padre, me acerqué a ella y le dije: “Mamá, le voy a coger una flor a papá, para dársela a una amiga, papá tiene muchas y ella no tiene ninguna”.
Cogí un clavel rojo, y con mi madre cogida de a mi brazo volví a la calle donde vive Gloria y le dejé el clavel en el suelo, mi madre me preguntó:
-¿De quién es ese nicho, tan triste?
- De Gloria Fuertes - le respondí.
- No me digas ¿y está así, con lo que era esa mujer?
- Si mamá, pero está así, porque Gloria no está muerta.
Cogidos del brazo nos marchamos caminando lentamente entre las calles del cementerio, camino de casa.