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A mis años

Quien lo iba a decir, a mis años y loco por las motos; desde luego si mi madre levantara la cabeza la volvería a tumbar, lo mismo le pasaría a mi padre, quien se negaba a que tuviese moto a pesar de que en su juventud él la tuvo y me paseaba en ella sentado en un sillín que muy hábilmente había anclado al chasis, al final de depósito, donde me sentaba con apenas cinco años sujetándome con las manos al manillar, hasta que un día un guardia motorizado le paró y le cascó una multa de las que hacen época; resultado, que se acabaron mis paseos y mi padre cabreado se deshizo de la moto.

Consecuencia, que el mal ya estaba hecho y a ese pequeño curioso que se paseaba orgulloso en la moto con su padre le entró el veneno por las venas y ya no se le quitó de la cabeza lo bien que lo pasaba subido sobre dos ruedas.

Luego vino Madrid y se dispararon los miedos de esos padres protectores para los que sería una tragedia ver a su hijo jugándose la vida por esas calles atestadas de coches, la frase de mi padre "mientras vivas en esta casa no tendrás una moto" se quedó grabada a fuego en mi voluntad de aventurero. Resultado, que me fue imposible volver a pensar si quiera en tener una moto, si montaba en alguna de algún amigo era a escondidas y sin que mis padres se enterasen.

La independencia vino con el matrimonio y no había lugar para tres, porque tener moto es tener un amor más en casa, allí éramos ella y yo y ella no consentía los tríos por lo que mi deseo de volver a sentir el aire contra mi cara sobre dos ruedas se vio frustrado de nuevo, salvo un tiempo que me compré por pura cabezonería una motito PUCH de dos velocidades automáticas con la que me desplazaba por las calles tan orgulloso como ridículo, porque yo, grande como soy, parecía encima de aquella chicharra el oso Yogui paseando por Yellowstone, parafraseando lo que de mi decía mi amable esposa, que no paró hasta que decidí vender aquel pequeño artefacto en pos de la paz y la concordia del hogar.

Nació mi hijo, falleció mi padre, el matrimonio se rompió y no fui capaz de darle a mi madre el disgusto de verme encima de una moto.

Casado de nuevo con la mujer de mi vida, de eso no tengo la menor duda, muchas veces me planteé a mi mismo el volver a la moto, era una idea que no se me iba de la cabeza; pasaron los años y seguía sin atreverme a lanzarme a por lo que había sido mi pasión oculta hasta que falleció mi madre, pobrecita mía, un día de nochebuena.

Entonces me paré a pensar y me dije, tengo la friolera de cincuenta y dos años, nuestros hijos son ya mayores, ¿voy a ser capaz de irme de este mundo, porque evidentemente a estas edades ya se camina cuesta abajo en el devenir de la vida, sin darme la satisfacción de haber disfrutado de una buena moto? Y me lancé en picado.

Llegué un día a casa y le dije a mi esposa "Me voy a comprar una moto", así, sin anestesia, y ella me dijo "Estás tonto", a lo que respondí, "Si".

Al cabo de una semana y después de mirar y averiguar mucho, porque claro tenía el handicap de que no tenía carnet de moto y la pereza de tenérmelo que sacar me superaba, tomé la decisión de comprarme un scouter de 125 cm3, que se pueden conducir con el carnet de coche, así que llegué a casa y le dije de nuevo "Esta tarde me voy a ver una moto para comprármela, ¿quieres venir conmigo?" Y mi mujer alucinaba "Que tú estás loco, que yo no voy a ir contigo, que tú lo que quieres es hacerme cómplice de tu locura", pero al final vino conmigo, vimos la moto y me la compré, ah y también un casco. Salimos de la tienda y volvimos a casa y al llegar entramos en una tienda de material para moteros que había por aquél entonces cerca de mi casa y como el que no quiere la cosa salimos de allí con una chaqueta de moto pare ella, y yo con las manos vacías. Hay que decir que esta santa que tengo como compañera a parte de ser la mujer más dulce que nadie pueda conocer jamás, en su vida se había subido encima de una moto.

Al cabo de unos días fui a recoger la moto, me llevó ella en el coche y luego vino detrás de mí hasta casa, los primeros días los empleé en cogerle la medida al cacharro, ya se sabe, lo que se suele hacer, salí un domingo a hacer kilómetros y a disfrutar, pasados estos días de contacto decidí que ya era hora de que ella también se subiera, para lo cual tuvimos que comprar un casco para ella; a pesar de todo no estaba convencida, supongo que tendría algo de miedo, lógicamente, unido al desconocimiento, el caso es que no estaba por la labor de subirse a la moto y acompañarme en mis desplazamientos. De alguna forma tenía que convencerla de que aquello era bueno, de que era distinto, de que no se parecía a nada que hubiese vivido antes y la suerte me vino a ver con celebración en Madrid de la habitual Feria del Libro, evento que solemos visitar cada año, nos gusta mucho leer y era una cita casi obligatoria, así que llegó el domingo y le dije, ¿Que te parece si nos vamos al Retiro, a la Feria del Libro, con la moto?, ella dijo que si, nos subimos a la moto, le dije que fuese tranquila, que siempre se dejara llevar y no se asustase si la moto se tumbaba, que donde fuese mi cuerpo tenía que ir el de ella y salimos camino de su primer día de motera.

Ni que decir tiene que cuando vio que llegábamos al Retiro sin incidencias y aparcábamos en la mismo puerta, la sonrisa que asomó a su cara fue espectacular, tras visitar la feria le propuse irnos a comer al centro de Madrid, cerca de la plaza de Santa Ana, y claro ir con la moto y aparcar en la misma puerta del restaurante, pues también vale lo suyo.

El caso es que desde ese día le encanta subirse a la moto y que nos vayamos a cualquier parte; a partir de ahí y con las venas colapsadas por el ansia de querer una moto más grande me saqué el carnet, cambiamos a una moto más potente, una custom de 900 cm3 con la que recorrimos media España; ahora disfrutamos del placer de viajar en una flamante BMW de 1.200 cm3 y 110 CV, con la que hemos recorrido muchos kilómetros disfrutando de los paisajes, las carreteras y de todo lo que envuelve este maravilloso mundo que es la moto y los moteros.

Hay gente que me pregunta que como a mis años voy en moto, y es difícil responder porque no lo se, es por todo y por nada, por el placer de sentir el aire en el rostro, por sentirte dentro del paisaje, por la gente que conoces a lo largo de la ruta, por el espíritu de solidaridad entre los que compartimos esta afición, porque en este mundo todos somos iguales, da igual la edad que tengas, da igual el dinero que tengas, da igual la moto que tengas, todos somos iguales y todos nos respetamos y nos ayudamos; será porque a pesar de tener un montón de años, aún tengo un corazón joven, un espíritu aventurero y una ilusión que siempre me ha acompañado, o quizás porque estoy convencido de vivir una experiencia especial, que solo algunos locos saben vivir.

Una vez leí algo que me pareció bonito y que resume en pocas palabras el espíritu de los que como yo disfrutamos de las dos ruedas: "Cuando no pueda seguir montando en mi moto, me bajaré de ella, me sentaré y me dejaré morir"


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