Vuelta a casa
Volver a casa siempre es agradable, pero para mí cobra un significado especial cuando he estado lejos un tiempo, el tiempo en soledad se me hace duro, echo de menos mi madriguera, el sitio donde soy feliz con mis cosas sencillas y sobre todo con ella, mi compañera, echo en falta esa orgía de miradas y gestos que durante el día a día no aprecio, o no me doy cuenta de apreciar pero que en cuanto me separo comienzo a echar en falta, esa conversación de silencios, porque tanto nos hemos dicho que ya casi no hacen falta las palabras.
Decía Sabina que "Una casa vacía es una emboscada..." y que verdad es, llegar a una casa vacía sin la esperanza de oír nada al otro lado de la puerta, sin que nadie me este esperando para darme un beso cálido de bienvenida es una emboscada para mi espíritu tan necesitado de cariño.
Me parece mentira como me he hecho dependiente de ella, de su presencia, de su calor.
Por eso cuando inicio el viaje de regreso tengo prisa, una urgencia vital de llegar cuanto antes a su lado, no me valen las conversaciones por teléfono, ni tan siquiera las modernas video-conferencias, no soy demasiado amigo de tener largas conversaciones con un aparato, necesito su presencia, la necesito a ella, necesito tenerla delante de mí y saber que la puedo abrazar.
Creo que un hogar no lo hacen cuatro pareces y un techo, ni unos muebles, ni un sillón confortable, un hogar es es sitio donde puedo poner mi alma al lado de su alma.
Por eso cuando estoy en la otra casa, lejos, la veo, como también dice Sabina muy acertadamente, vacía "Como el pasillo de un tren de madrugada..."